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CAPÍTULO 1: EL PRINCIPIO DE TODO.

Me gustaría decir que mi llegada a este mundo trajo divina felicidad a mi madre, pero en realidad no fue así. Mi madre estuvo casi 17 horas en labor de parto, hasta que finalmente me expulsó de su cuerpo: una niña, morena y rozagante de casi 4 kilos. Desde ahí, madre no estuvo complacida. ¿Cómo es que su hija no heredó nada de ella? Déjenme explicarles: mi madre es una belleza sureña clásica, de piel pálida –casi traslúcida-, ojos color caramelo, pestañas de escándalo, una boca que seguramente inspiró en sus tiempos toda clase de sueños húmedos; y por si todo ello no fuera poco, completaba el paquete con una cabellera de perfectas ondas en un tono rubio cenizo y un cuerpo que hasta el día de hoy, cuida con esmero y dedicación.


Y llego yo: con la piel tostada, el cabello negro azabache y los ojos como cristal ahumado. Por supuesto, culpó a papá de mi falta de gracia... Y es que papá es un hombre atractivo, a pesar de su tez que me recuerda al azúcar morena, sus labios gruesos y sus manos grandes. No entendí, sino hasta muchos años después, que madre tuvo que casarse con papá, cuando el chico cool, de buena familia y capitán del equipo de fútbol del bachillerato con el que había salido por siempre, se negó a formalizar con ella.


Viéndose despreciada, aceptó el cortejo de papá, cuya familia no estaba tan mal acomodada en aquel entonces. En menos de un año se habían comprometido. Hubo un gran festejo, se fueron de luna de miel a la costa francesa y cuando regresaron, se instalaron en una bella casa rústica de dos plantas que mi abuelo les dio como regalo de bodas. Papá trabajaba en el negocio familiar, hasta que la crisis del ´85 causó graves estragos en sus activos. Debido a ello, abuelo tuvo un paro cardíaco y falleció, dejando a todos los involucrados en la empresa, con deudas y problemas legales que resolver… Yo tenía entonces 14 años.


No hubo fiesta de XV; y por los siguientes 5 años, nos vimos en un estire y afloje que aunado a la falta de pericia de mi madre en la administración del gasto familiar, estuvo a punto de llevarnos a la quiebra total. Afortunadamente, papá logró un buen acuerdo con el que saldaba casi todas las deudas que correspondían a sus acciones; vendió la casa, –con mi madre en completo desacuerdo-, y re estructuró la diferencia del adeudo, quedándose con un saldo a favor con el que compró una casa más pequeña en una zona de clase media.


¡Madre estuvo a punto de volverse loca! y si no fuera porque el divorcio no era bien visto en esa época, además de que no estaba dispuesta a mover un dedo para mantenerse ella sola, seguramente habría dejado a papá… Y a mí con él… Quizá lo hubiese preferido… Porque la verdad es que mi madre es experta en hacerme sentir inútil, poco agraciada, torpe y subversiva.



Foto: Buenos días¡¡¡ Nueva semana, nuevo relato ;) ¿Me acompañan?

¿Y MI FINAL FELIZ?
Mi nombre es Sarah, (sí, con “h” al final). Tengo 39 años. Divorciada. Sin hijos. Atada a un escritorio como secretaria, –aunque yo prefiero decir “asistente”, del director general de una empresa multinacional. Enamorada de mi nuevo jefe desde hace casi un año, (¡Dios! Soy todo un cliché). Si él no estuviera casado… Si él no estuviera casado, tampoco pasaría nada de nada, porque yo soy una mujer común y corriente, y un hombre como él, jamás se fijaría en mí. Punto.
Soy hija única. Mi padre es un amor y mi madre una bruja… Okey, okey, sé que sonó demasiado grotesco, pero es la verdad: mi madre siempre ha creído que todos debemos besar el suelo que pisa; siempre imaginando una vida más allá de sus posibilidades (papá tiene la culpa, por siempre complacerla en todo, a pesar de las mil y un deudas que penden de nuestros cuellos). Sí, penden, porque después de mi tormentoso divorcio, tuve que regresar a vivir con mis padres, porque mi ex –además de engañarme con mi “mejor amiga”, tuvo el descaro de quitarme casi hasta el aliento… Les dije: soy todo un cliché; un cliché que rige su vida por la ley de Murphy: Si algo puede salir mal, les garantizo que en mí, resultará terriblemente peor.

CAPÍTULO 1: EL PRINCIPIO DE TODO.
Me gustaría decir que mi llegada a este mundo trajo divina felicidad a mi madre, pero en realidad no fue así. Mi madre estuvo casi 17 horas en labor de parto, hasta que finalmente me expulsó de su cuerpo: una niña, morena y rozagante de casi 4 kilos. Desde ahí, madre no estuvo complacida. ¿Cómo es que su hija no heredó nada de ella? Déjenme explicarles: mi madre es una belleza sureña clásica, de piel pálida –casi traslúcida-, ojos color caramelo, pestañas de escándalo, una boca que seguramente inspiró en sus tiempos toda clase de sueños húmedos; y por si todo ello no fuera poco, completaba el paquete con una cabellera de perfectas ondas en un tono rubio cenizo y un cuerpo que hasta el día de hoy, cuida con esmero y dedicación.
Y llego yo: con la piel tostada, el cabello negro azabache y los ojos como cristal ahumado. Por supuesto, culpó a papá de mi falta de gracia... Y es que papá es un hombre atractivo, a pesar de su tez que me recuerda al azúcar morena, sus labios gruesos y sus manos grandes. No entendí, sino hasta muchos años después, que madre tuvo que casarse con papá, cuando el chico cool, de buena familia y capitán del equipo de fútbol del bachillerato con el que había salido por siempre, se negó a formalizar con ella.
Viéndose despreciada, aceptó el cortejo de papá, cuya familia no estaba tan mal acomodada en aquel entonces. En menos de un año se habían comprometido. Hubo un gran festejo, se fueron de luna de miel a la costa francesa y cuando regresaron, se instalaron en una bella casa rústica de dos plantas que mi abuelo les dio como regalo de bodas. Papá trabajaba en el negocio familiar, hasta que la crisis del ´85 causó graves estragos en sus activos. Debido a ello, abuelo tuvo un paro cardíaco y falleció, dejando a todos los involucrados en la empresa, con deudas y problemas legales que resolver… Yo tenía entonces 14 años.
No hubo fiesta de XV; y por los siguientes 5 años, nos vimos en un estire y afloje que aunado a la falta de pericia de mi madre en la administración del gasto familiar, estuvo a punto de llevarnos a la quiebra total. Afortunadamente, papá logró un buen acuerdo con el que saldaba casi todas las deudas que correspondían a sus acciones; vendió la casa, –con mi madre en completo desacuerdo-, y re estructuró la diferencia del adeudo, quedándose con un saldo a favor con el que compró una casa más pequeña en una zona de clase media.
¡Madre estuvo a punto de volverse loca! y si no fuera porque el divorcio no era bien visto en esa época, además de que no estaba dispuesta a mover un dedo para mantenerse ella sola, seguramente habría dejado a papá… Y a mí con él… Quizá lo hubiese preferido… Porque la verdad es que mi madre es experta en hacerme sentir inútil, poco agraciada, torpe y subversiva.
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