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Mike era muy cuidadoso siempre que teníamos relaciones. Pero una noche en particular que mis padres dieron el permiso para que él me llevara a un concierto, aprovechamos y nos fuimos a un motel a las afueras de la ciudad. Después de la primera sesión de sexo, él se levantó para ir a la ducha, y sigilosamente tomé los sobres de preservativos: con una aguja hipodérmica empecé a picarlos, atravesando con extremo cuidado cada paquete. Por lo regular, solíamos hacerlo hasta caer rendidos de cansancio. Mike era muy peculiar en el sexo; le gustaba probar posiciones en las que aparentemente me sodomizaba, pero siempre a media luz. Nunca me daba sexo oral, y si yo le hacía una felación, me obligaba a tragar su semen. Yo era virgen cuando empecé a salir con él, así que todo lo que él me enseñaba, yo daba por sentado que era correcto, que así es como debía ser el sexo. Nunca hice preguntas, nunca me negué a nada de lo que él pidiera. Estaba absurda y completamente enamorada de Mike. Así que se me hizo fácil agujerear los condones y esperar…
La espera no duró mucho. Dos meses después de aquella noche, confirmé mi embarazo. ¡Yo estaba pletórica de felicidad! Tenía casi diecisiete años y me iba a casar. Sería la esposa de Miguel Icaza Rodríguez… Señora Celeste Díaz de Icaza… Pero el piso se abrió a mis pies, llevándose consigo mis ilusiones, cuando al darle a Mike la noticia, su reacción fue la de abofetearme tan fuerte, que hizo sangrar mi labio inferior. Ésa debió ser mi primera señal de alerta, el primer aviso para escapar… Pero no lo hice.
¿Qué estupidez estás diciendo, Celeste? ¡Eso es imposible! Me he cuidado todas las veces que hemos tenido sexo. ¡Siempre uso preservativo! Su voz, conteniendo la furia mientras me zarandeaba, me hicieron responder con cautela.
Ningún… Ningún método es 100% efectivo… Los condones fallan… A veces se rompen… Yo… no sé… Las lágrimas fluían de mis ojos, mientras el labio partido me escocía como sal en la herida. Vi a Mike dar vueltas sin sentido a mi alrededor; pateaba cosas y manoteaba. De pronto se sentó al borde de la cama, estábamos en casa de sus padres, quienes habían salido de viaje un par de días atrás. Yo temblaba. No sabía que hacer o que decirle. Finalmente, él se puso de rodillas frente a mí y besó mis manos.
-Perdóname linda… Es que… La noticia me tomó por sorpresa. Haremos lo correcto, ¿vale? Nos casaremos. Formaremos una familia. Y… Seremos felices. ¿Está bien?
Esas palabras bastaron para levantar mi ánimo. Rodeé su cuello con mis brazos y dedicamos el resto de la tarde a decidir cómo les daríamos la noticia a nuestros padres. De ese período en particular no recuerdo mucho: ¡todo era un caos! Mi padre estaba furioso y se negaba a dar la firma para que yo pudiera casarme, hasta que mi madre lo convenció, aduciendo que de no firmar, terminaría yéndome con Mike de todos modos. Los padres de Mike no podían ocultar su molestia ante nuestra unión. Ninguno de ellos sabía de mi estado de gravidez. Al final del día, éramos marido y mujer. La ceremonia fue sencilla y nunca olvidaré la suave melodía que puso el DJ para nuestro primer vals como esposos. Él me acunó entre sus brazos y murmuraba lascivas palabras en mi oído, que solo incrementaban mis ganas de salir de ahí e iniciar ya, nuestra luna de miel… ¿Cómo iba yo a saber, que ese baile era el ritual de inicio hacia un mundo perverso, decadente y sórdido?


Foto: LAS PERVERSIONES DE ALEXANDER.
CAPÍTULO 2: LA SEMILLA DEL DIABLO.
Mike era muy cuidadoso siempre que teníamos relaciones. Pero una noche en particular que mis padres dieron el permiso para que él me llevara a un concierto, aprovechamos y nos fuimos a un motel a las afueras de la ciudad. Después de la primera sesión de sexo, él se levantó para ir a la ducha, y sigilosamente tomé los sobres de preservativos: con una aguja hipodérmica empecé a picarlos, atravesando con extremo cuidado cada paquete. Por lo regular, solíamos hacerlo hasta caer rendidos de cansancio. Mike era muy peculiar en el sexo; le gustaba probar posiciones en las que aparentemente me sodomizaba, pero siempre a media luz. Nunca me daba sexo oral, y si yo le hacía una felación, me obligaba a tragar su semen. Yo era virgen cuando empecé a salir con él, así que todo lo que él me enseñaba, yo daba por sentado que era correcto, que así es como debía ser el sexo. Nunca hice preguntas, nunca me negué a nada de lo que él pidiera. Estaba absurda y completamente enamorada de Mike. Así que se me hizo fácil agujerear los condones y esperar…
La espera no duró mucho. Dos meses después de aquella noche, confirmé mi embarazo. ¡Yo estaba pletórica de felicidad! Tenía casi diecisiete años y me iba a casar. Sería la esposa de Miguel Icaza Rodríguez… Señora Celeste Díaz de Icaza… Pero el piso se abrió a mis pies, llevándose consigo mis ilusiones, cuando al darle a Mike la noticia, su reacción fue la de abofetearme tan fuerte, que hizo sangrar mi labio inferior. Ésa debió ser mi primera señal de alerta, el primer aviso para escapar… Pero no lo hice.
¿Qué estupidez estás diciendo, Celeste? ¡Eso es imposible! Me he cuidado todas las veces que hemos tenido sexo. ¡Siempre uso preservativo! Su voz, conteniendo la furia mientras me zarandeaba, me hicieron responder con cautela.
Ningún… Ningún método es 100% efectivo… Los condones fallan… A veces se rompen… Yo… no sé… Las lágrimas fluían de mis ojos, mientras el labio partido me escocía como sal en la herida. Vi a Mike dar vueltas sin sentido a mi alrededor; pateaba cosas y manoteaba. De pronto se sentó al borde de la cama, estábamos en casa de sus padres, quienes habían salido de viaje un par de días atrás. Yo temblaba. No sabía que hacer o que decirle. Finalmente, él se puso de rodillas frente a mí y besó mis manos.
-Perdóname linda… Es que… La noticia me tomó por sorpresa. Haremos lo correcto, ¿vale? Nos casaremos. Formaremos una familia. Y… Seremos felices. ¿Está bien?
Esas palabras bastaron para levantar mi ánimo. Rodeé su cuello con mis brazos y dedicamos el resto de la tarde a decidir cómo les daríamos la noticia a nuestros padres. De ese período en particular no recuerdo mucho: ¡todo era un caos! Mi padre estaba furioso y se negaba a dar la firma para que yo pudiera casarme, hasta que mi madre lo convenció, aduciendo que de no firmar, terminaría yéndome con Mike de todos modos. Los padres de Mike no podían ocultar su molestia ante nuestra unión. Ninguno de ellos sabía de mi estado de gravidez. Al final del día, éramos marido y mujer. La ceremonia fue sencilla y nunca olvidaré la suave melodía que puso el DJ para nuestro primer vals como esposos. Él me acunó entre sus brazos y murmuraba lascivas palabras en mi oído, que solo incrementaban mis ganas de salir de ahí e iniciar ya, nuestra luna de miel… ¿Cómo iba yo a saber, que ese baile era el ritual de inicio hacia un mundo perverso, decadente y sórdido?
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